domingo, julio 27

EL CEREBRO EN UNA CUBETA



He aquí una posibilidad de ciencia-ficción discutida por los filósofos:

Imaginemos que un ser humano (el lector puede imaginar que es él quien sufre el percance) ha sido sometido a una operación por un diabólico científico. El cerebro de tal persona (su cerebro, querido lector) ha sido extraído del cuerpo y colocado en una cubeta de nu­trientes que lo mantienen vivo. Las terminaciones nerviosas han sido conectadas a una computadora supercientífica que provoca en esa per­sona la ilusión de que todo es perfectamente normal.

Parece haber gente, objetos, cielo, etc.; pero en realidad todo lo que la persona (us­ted) está experimentando es resultado de impulsos electrónicos que se desplazan desde la computadora hasta las terminaciones nerviosas. La computadora es tan ingeniosa que si la persona intenta alzar su mano, el «feedback» que procede de la computadora le provocará que «vea» y «sienta» que su mano está alzándose. Por otra parte, mediante una simple modificación del programa, el diabólico científico puede provocar que la víctima «experimente» (o alucine) cualquier situación o entorno que él desee. También puede borrar la memoria de funcio­namiento del cerebro, de modo que la víctima crea que siempre ha estado en ese entorno. La víctima puede creer incluso que está senta­do, leyendo estas mismas palabras acerca de la suposición, divertida aunque bastante absurda, de que hay un diabólico científico que ex­trae cerebros de los cuerpos y los coloca en una cubeta de nutrientes que los mantiene vivos. Las terminaciones nerviosas se suponen co­nectadas a una computadora supercientífica que provoca en la perso­na la ilusión de…


ADVERTENCIA: Si al leer los últimos renglones anteriores, no percibió una extraña sensación en su mente, es señal clara que no esta poniendo suficiente atención al escrito; haga un esfuerzo (parecido al de una persona gorda al correr) y ponga a trabajar su perezosa masa de grasa de 1400 gr. que carga en los hombros.


Cuando se menciona esta especie de posibilidad en una clase de Teoría del Conocimiento, el propósito no es otro que suscitar de un modo moderno el clásico problema del escepticismo con respecto al mundo externo. (¿Cómo podría usted saber que no se halla en esa situación?) Pero esta situación es también un útil recurso para susci­tar cuestiones en torno a la relación mente-mundo.

En lugar de imaginar un solo cerebro en una cubeta, podemos ima­ginar que los seres humanos (quizá todos los seres sintientes) son ce­rebros en una cubeta (o sistemas nerviosos en una cubeta, en el caso de algunos seres que sólo poseen un sistema nervioso mínimo, pero que ya cuentan como sintientes). Por supuesto, el diabólico científico tendría que estar fuera —,¿o querría estarlo? Quizá no exista ningún diabólico científico, quizá (aunque esto es absurdo) el mundo consis­ta en una maquinaria automática que está al cuidado de una cubeta repleta de cerebros y sistemas nerviosos.

Supongamos esta vez que la maquinaria automática está progra­mada para ofrecernos a todos una alucinación colectiva, en lugar de unas cuantas alucinaciones separadas y sin relación. De forma que cuando me parece estar hablando con usted, a usted le parece estar oyendo mis palabras. Mis palabras no llegan realmente a sus oídos, por supuesto —porque usted no tiene oídos (reales), ni yo tengo boca o lengua reales. Pero cuando emito mis palabras, lo que ocurre en realidad es que los impulsos aferentes se desplazan desde mi cerebro hasta el ordenador, el cual a su vez provoca que yo «oiga» mi propia voz profiriendo esas palabras y «sienta» el movimiento de mi lengua, y que usted «oiga» mis palabras, y me «vea» hablando, etc. En este caso, nos comunicamos realmente, hasta cierto punto. Yo no estoy equivocado con respecto a su existencia real (sólo lo estoy con respec­to a la existencia de su cuerpo y del «mundo externo», aparte de los cerebros). En cierta medida, tampoco importa que «el mundo ente­ro» sea una alucinación colectiva; después de todo, cuando me dirijo a usted, usted oye realmente mis palabras, si bien el mecanismo no es el que suponemos. (Si fuéramos dos amantes cogiendo y no dos personas manteniendo una conversación, la insinuación de que únicamente somos dos cerebros en una cubeta podría ser molesta, des­de luego.)


 
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