Todas las especies disponen de una capacidad que les permite sobrevivir y un punto débil que las hace vulnerables. Los humanos sobrevivimos gracias a la cultura pero padecemos física y psicológicamente por culpa de ella. Los países nórdicos disfrutan de una sociedad avanzada, garantista, culta, pero arrojan las cifras más altas de desánimo y dolor crónico.
Nacemos precipitadamente sin completar nuestra preparación para sobrevivir. Nos cortan el cordón umbilical biológico pero nos conectan el cordón sensorial, especialmente visual, a la gran Madre Cultural. Nuestro cerebro está seleccionado para absorber obsesiva y ávidamente todo lo que observa. La red neuronal se hace con un conjunto provisional de creencias locales que parecen explicar de forma consistente todo lo que sucede.
Las creencias son necesarias para iniciar el camino pero deben evolucionar, disolverse, para dejar espacio al conocimiento.
Si levantáramos la tapa de los sesos de un migrañoso en plena crisis para observar la sesera y si las creencias tuvieran presencia detectable las veríamos en plena actividad, activando el teclado del sistema informático cerebral, encendiendo con gesto preocupado los programas de alerta.
Un migrañoso es un creyente en la migraña. La migraña lo explica todo: el dolor, los vómitos, la intolerancia sensorial... Sin embargo se trata de un universo virtual. No sucede nada anormal en la cabeza. Sólo que toca ese día ajetreo migrañoso. Simulacro cerebral de tragedia. Ejercicio preventivo por si las moscas.
La fe migrañosa sobrevive al amparo del desconocimiento biológico, del misterio, de las promesas de futuras terapias. Exige, como todo sistema de creencias que se precie, una conducta adecuada, un "estilo de vida" saludable, una moralidad estricta, abstenerse del sol, del chocolate, del tabaco, el alcohol, el viento sur.
sábado, septiembre 12
CREENCIAS
Arturo Goicoechea
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