Se partió sobre el pecho de un buen hombre el deseo y no quiso quedarse; se marcho tras su duende que en su encino se enciende, se acabaron los males, se fugaron los celos, se rompieron los vientos con un grito en silencio, brillaron estrellas y las aves al cielo, los males tan grandes se volvieron pequeños, gravito como un loco, platicaba a las hojas, al viento y a un lobo.
Aprendió de la espiga a ceder al esfuerzo sin romperse en su tallo, que pasados los vientos recuperaba su estado, aprendió del buen árbol a tirar los recuerdos cual hojas al viento, que lo estéril es vano, aprendió del arroyo a seguir su camino, a buscar su destino y no ceder en su afán; y hasta el río mas audaz, le depara la muerte.
Aprendió de la naturaleza, de lo vivo, de lo vital, de lo trascendental, lo que vale ser bueno, lo que vale simplemente estar, curo su pecho, su duende encontró, durmió junto a un lobo y con gusto miro, saludo su final, le dio gracias a su dios, con su vida en las manos... se le paro el corazón.
lunes, noviembre 10
PLENITUD
Rodrigo Aparicio
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