Cuando mi abuela estaba en su lecho de muerte, mi madre, como era entonces tradición, me llevó a su lado y así que yo le besé la mano derecha, mi querida abuela, ya fallecida, me coloco su moribunda mano izquierda sobre la cabeza y con un susurro apenas audible me dijo:
"¡Tú, el mayor de mis nietos, escúchame! Escúchame y recuerda siempre éste, mi último deseo: nunca te comportes en la vida como lo hacen los demás."
Así que hubo dicho esto, me miró el puente de la nariz y advirtiendo evidentemente mi perplejidad y mi escasa comprensión de lo que me había dicho, agregó algo irritada, con autoridad:
"O no hagas nada -vé a la esuela solamente- o bien haz algo que nadie más que tú haya hecho."
Y fué así, precisamente, como empezó a surgir en mi integridad un "algo" que, con respecto a toda clase de, por así llamarlas "monerías", es decir, imitaciones de las manifestaciones automatizadas ordinarias de los que me rodeaban, siempre engendró en mí lo que he de denominar ahora un "impulso irresistible" a no hacer las cosas como los demás.
Mi primer acto, evidentemente en desacuerdo con las manifestaciones de los demás, si bien verdaderamente ajeno a la participación, no sólo de mi conciencia, sino también de mi subconsciente, tuvo lugar exactamente en el cuadragésimo día después de la muerte de mi abuela, en ocasión en que toda nuestra familia, nuestros parientes y todos aquellos para quienes mi querida abuela -a quien todos amaban- se había convertido en verdadero objeto de estima, nos reunimos en el cementerio, conforme a la costumbre, a fin de realizar sobre sus restos mortales, guardados en la tumba, lo que suele llamarse el "servicio de réquiem"; entonces, repentinamente, sin ton ni son, en lugar de observar la conducta convencional entre la gente de cualquier grado de moralidad tangible e intangible y de toda suerte de posición material, es decir, en lugar de quedarme parado y en silencio, abrumado por el dolor, con expresión afligida en el rostro y, de ser posible, con lágrimas en los ojos, comencé a brincar alrededor de la tumba, en una especie de danza. cantando:
"Dejen que con los santos descanse,
Ahora que está 'fiambre'";
¡Ay! ¡Ay! ¡Ay!
Dejen que con los cantos descanse,
Ahora que está fiambre.
...y así siguiendo.
domingo, enero 4
LA ABUELA DE GURDJIEFF
Relatos de Belcebú a su nieto
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